Amor de la música: patricio marchant
Autorx: Cristobal Durán
A lo largo de estas páginas citaremos una y otra vez a Patricio Marchant, porque el ejercicio de la cita también contribuye a ese desmontaje del imperativo, y al todavía débil pero obstinado aferramiento a la idea de que dicho imperativo no se puede dar desde el mero reconocimiento de una escena. Se trata de algo como un temblor, como lo denomina el mismo Marchant, quizá un drone, un zumbido sostenido, fácilmente reconocible y difícilmente aislable, que golpetea transversalmente -atmosféricamente- el tono de su pensamiento. Que le concede su timbre y que atormenta su escritura. Este temblor quizá sea un nombre demasiado general para dar cuenta de lo que tendría que poner en entredicho a cualquier lectura eventualmente muy aferrada, demasiado identificada con cierto sí-mismo. Una escritura atormentada, perturbada en sus gestos de posición y en la afirmación de sus tesis, escande una escena completamente distinta del discurso que define a una escena, y donde en esa medida se marca una escena para desentenderse de ella. Cada escena de esta escritura, escrita contra su época, no deja de acompañarla. Ese es el riesgo que se ha de correr para intentar escapar de su propia época. Esa escena, ritmada como si fuese una música que acompaña la escritura, como una escritura de la compañia: quizás haya sido eso lo que nos dejó entreabierto el texto de Patricio Marchant. Una forma singular de pensar en otro, que se debate a tientas entre el escamoteo monologante y la reducción de la amenaza de ese otro.
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